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sábado, 25 de febrero de 2012

socrates Actualidad del Fedón: un diálogo para pensar en la otra vida Fernando Pascual La gran dictadura: anatomía del relativismo José María Barrio

Actualidad del Fedón: un diálogo para pensar en la otra vida
Fernando Pascual

La gran dictadura: anatomía del relativismo
José María Barrio


Un filósofo condenado a muerte habla con sus amigos. Es el día de la ejecución de la sentencia. Se palpa la tensión ante el misterio de lo que está por iniciarse. Un extraño sentimiento invade a los lectores al presenciar la muerte, serena, profunda, filosófica, de Sócrates.

Leer el Fedón sigue siendo actual. Lo es porque toca el tema de la muerte y de la inmortalidad. Lo es porque nos habla de cómo debe vivir el hombre. Lo es porque nos pone ante lo que somos, nuestra grandeza y nuestra fragilidad, nuestra alma y nuestro cuerpo, nuestras esperanzas ante la otra vida y nuestros temores ante la falta de certezas absolutas sobre lo que ocurra al otro lado del camino.

Platón nos ha dejado, con este diálogo, el testimonio, real o imaginario, de una lucha intelectual. Sócrates se siente seguro de sí, lleno de confianza, ante la muerte inminente. Todo ocurre el mismo día en el que deberá tomar la cicuta, en el que será ejecutado.

Sus amigos, en cambio, no soportan la idea de perder al maestro. Por lo mismo, no comprenden su aplomo, el dominio de sí mismo y la manera de pensar en la otra vida.

Con el Fedón, o sin él, también nosotros nos preguntamos por la otra vida, por lo que viene. Ante la muerte de un familiar o de un amigo, de un personaje famoso o de uno poco conocido, nos preguntamos si su existencia terminó, si sólo nos queda un cuerpo en descomposición. Queremos saber si el alma continúa, en otra vida, un camino de aventuras y esperanzas, de ansiedad o de satisfacción, de preguntas o de respuestas.

No tenemos una línea directa de comunicación habitual para conocer lo que hay tras la frontera de la vida terrena. No se da un contacto empírico, cierto, con los muertos, como el que podemos tener con el amigo que ha viajado a otra ciudad y nos llama por teléfono. La ciencia no tiene instrumentos para medir la dimensión transcendente, espiritual, de un alma que se separa del cuerpo.

El camino de la filosofía busca pruebas y argumentos, como los que ofrece Sócrates en un día cargado de emociones y despedidas.

El camino de la Revelación, de un posible mensaje divino, nos abre horizontes y nos desvela misterios. No se excluye este segundo camino en el Fedón, pero Platón no nos presenta ningún mensaje divino que resuelva el problema, y por eso centra su atención en los argumentos.

Al final de nuestro diálogo, Critón pregunta a Sócrates cómo quiere ser enterrado. Sócrates sonríe, entre malicioso y triste. Su respuesta es un mensaje de certezas: “no me quedaré después que haya muerto, sino que me iré abandonándoos”. En otras palabras, es como si dijera a su amigo: “Haz lo que quieras con mi cuerpo. Lo que se refiere a mí, a mi auténtico yo, a mi alma, ten por seguro que no podrás tocarlo, que no lo tendrás en tus manos después de la muerte, sino que escapará a otros mundos”.

El Fedón sigue siendo un diálogo para reflexionar en ese misterio, el de mi muerte, el de la muerte de cada ser humano. Nos ayuda a mirar al futuro para escrutar, entre tinieblas, si un horizonte inicia tras el frío de la tumba. Nos hace intuir que la muerte no es un final dramático, sino el preludio de algo infinitamente hermoso y bello que inicia para quienes han vivido de modo justo y bueno.



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